lunes, 4 de mayo de 2009

La presencia del abuelo junto a sus nietos


La presencia del abuelo junto a sus nietos

Son las 7:20 de la noche, hoy la lluvia empezó muy temprano. Yo la aprovecho para delinear mis palabras, mis observaciones, mis aprendizajes.
La vela parpadea por el leve viento que se mete por la puerta que siempre está abierta, también por los espacios abiertos que hay entre los palos que componen la pared de toda la casa, que por este momento es también mi casa.

Uno que otro zancudo me pica la frente, el hombro, la espalda. Afuera oigo los chorritos de agua que caen en la gotera. Son pequeños pocitos de agua los que se han formado por muchas veces que ha llovido y por las dos horas que lleva lloviendo.
Al medio día, el abuelo estaba muy contento porque la máquina desgranadora de maíz había pasado por su casa, después de esperar el turno. Habían llenado dieciséis costales de maíz blanco. El abuelo estaba recogiendo los granitos que habían quedado en el suelo entre los olotes.
Él con sus manos oscuras de tanto sol que les ha dado, removía los olotes, con sus manos resecas por el cansancio sobre un colador viejo, remendado y desgastado por el tiempo y como el tiempo.
Él esperaba a los compradores por la tarde; mientras dice:
“ el olote servirá para leña”
Mientras yo lo observaba, en mi mente saltaban los recuerdos, imaginaba a mi madre haciendo lo mismo con el maíz y el olote, nada más que ella no vendía el maíz, y los olotes eran para cocinarlos y luego molerlos para complementar la comida. Es que mi madre era de che’w Tx’ootx’-tierra fría y este abuelo es de meq’moj tx’ootx’-tierra caliente.

El abuelo logró vender su maíz, a Q75.00 quetzales el quintal. Los compradores vinieron por la tarde y el abuelo sentado junto a la mesa, le enseña a su hijo cómo sacar las cuentas, primero para ver cuánto dinero es y para tener idea de cuánto invirtió en la cosecha, pero sobre todo para ver en cuánto lo iba a repartir y pagar todo lo que debía.
Le dio a su esposa, a sus dos hijas, a su hijo, pero lo que me interesó mucho y llamó mi atención, fue la relación con sus dos pequeños nietos, Lacho y Milton a quien el abuelo le puso de nombre King, porque el cabello se le ponía como el del boxeador con ese nombre.

¿Cuánto te debo Lacho? preguntó el abuelo ¿Cuántos costales hiciste vos? Lacho contesta que hizo dos costales cuando fueron a la milpa, bueno le dijo el abuelo, entonces te voy a pagar uno cincuenta por costal, así que tené tus tres quetzales. Ahora Milton, yo también hice dos costales contesta Milton, bueno entonces tené tus tres quetzales le dijo el abuelo.
Pero hoy, ya tomen su agua porque ya es de noche, mañana cuando ya sea de día y haga calor, pueden ir a comprar.
Los nietos con sus grandes sonrisas se fueron a su cuarto a dormir.
Yo tengo nueve nietos me dijo el abuelo, los grandes ya no me piden dinero, sólo los más chiquitos me dijo.
Pero esto es bueno para que ellos sepan el valor de su trabajo y como ellos no tienen papá, pues yo los quiero mucho y ellos me dicen papá.
En ese momento recordé cuando mi padre me daba un centavo, nadie podía imaginar la inmensa alegría que sentía y de inmediato corría a la tienda de don Emilio por un confite o un chicle...

Jaqolb’e Lucrecia X. García D.
1 de septiembre de 2004.
Hora 8:00 PM.
Monte Gloria, Suchitepéquez Guatemala.

No hay comentarios:

Publicar un comentario